domingo, 18 de mayo de 2008

Jesucristo vino al mundo por medio de la Santísima Virgen, y por Ella debe también reinar en el mundo.

María ha estado muy oculta en su vida; por eso el Espíritu Santo y la Iglesia la llaman Alma Mater: Madre oculta y escondida. Su humildad fue tan profunda, que, mientras vivió en la tierra, jamás tuvo otro afán tan poderoso y continuo como el de ocultarse a sí misma y a todas las criaturas, para ser conocida de Dios solo.

Dios, accediendo a las súplicas que Ella le hizo de que la ocultase, empobreciese y humillase, tuvo gusto de ocultarla en su concepción, en su nacimiento, en su vida, en sus misterios, en su resurrección y en su asunción, a la casi totalidad de los hombres. Sus mismos padres no la conocían y aun los ángeles se preguntaban unos a otros con frecuencia: Quae est ista?... “¿Quién es ésta?” Y es que el Altísimo se las ocultaba o, si les manifestaba algo, era infinitamente más lo que dejaba de manifestarles.

Dios Padre, a pesar de haberle comunicado su poder, consintió en que, durante su vida, no hiciera María ningún milagro, al menos estupendo y notorio. Dios Hijo, no obstante haberle comunicado su sabiduría, le permitió que apenas hablase; y Dios Espíritu Santo, con ser Ella su Esposa fidelísima, convino en que los Apóstoles y Evangelistas dijesen de Ella muy poco, y sólo en cuanto fuese necesario para dar a conocer a Jesucristo.

María es la excelente obra maestra del Altísimo, cuyo conocimiento y posesión se ha reservado para sí mismo. María es la Madre admirable del Hijo, quien se ha complacido en humillarla y ocultarla durante su vida para fomentar su humildad, dándole el nombre de mujer, “mulier”, como si se tratara de una extraña, aunque en su corazón la apreciaba y amaba más que a todos los ángeles y hombres. María es la fuente sellada y la Esposa fiel del Espíritu Santo, quien sólo para sí reserva la entrada. María es el santuario y el reposo de la Santísima Trinidad, donde el Señor mora más magnífica y divinamente que en ningún otro lugar del universo, incluso los mismos Querubines y Serafines; y a este santuario jamás será permitido entrar a criatura alguna, por pura que sea, sin un gran privilegio de Dios. (…)

Según esto debemos en verdad decir con los santos: De María nunquam satis… “Todavía no se ha alabado, ensalzado, honrado, amado y servido bastante a María”. Ella merece aún más alabanzas, más respetos, más amor y más servicios.

Si, pues, es cierto que el conocimiento y el reinado de Jesucristo en el mundo deben llegar, no lo es menos que sólo se realizará esto como consecuencia del conocimiento y del reinado de la Santísima Virgen, que es la que lo trajo la primera vez, y quien lo hará triunfar en la segunda.
San Luis María Grignion de Monfort - Tratado de la Verdadera Devoción, Introducción

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